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La voz encontrada - María Dolores de Pablos

La voz encontrada - María Dolores de Pablos

17,50 €
.
Disponible

Descripción

La voz encontrada - María Dolores de Pablos

Edición de Fran Garcerá y Marta Porpetta
Introducción y notas de Fran Garcerá
260 págs
ISBN: 978-84-7839-882-9
2022

MARÍA DOLORES DE PABLOS (Madrid, 1917-1981) fue una de las tres fundadoras, junto a Gloria Fuertes y Adelaida Las Santas, de la tertulia de posguerra «Versos con Faldas». Sin embargo, esta autora nunca publicó su obra literaria y en apariencia desapareció sin dejar prácticamente rastro de su trayectoria cultural a mediados del siglo xx. Hoy por hoy conocemos que De Pablos se dedicó a su gran pasión, la astrología, en la que se convirtió en uno de los grandes referentes en España.

La voz encontrada es, por tanto, la primera ocasión en que se publica parte de la obra poética de María Dolores de Pablos, cuyos textos literarios se han mantenido inéditos hasta el presente. Este volumen reúne, bajo la edición de Fran Garcerá y Marta Porpetta, la libreta Mis versos y el poemario La voz encontrada, que da título a este libro. También incluye una exhaustiva introducción que supone la primera investigación biográfica sobre María Dolores de Pablos y un interesante anexo fotográfico.

Perros frustrados

Hay un can incompleto en cada hombre.

No llegó a perro; se quedó en tendero;

o en rey o en limpiabotas: es lo mismo.

Nada más. Nada menos.

El hombre es inferior; hace más daño.

Mata (en lugar de morder) bajo pretextos.

Y en vez de ladrar, que es lo más prudente,

habla, bosteza, insulta, cuenta cuentos...

Pudo rabiar a gusto, de dientes para afuera,

pero... no. (Se lo aguanta). Y circunspecto

rabia con un sabor a bilis que babea

estolidez y tedio.

Pudo lamerse voluptuosamente,

si le agradaba, al sol... (pero está frío)

y en lugar de rascarse cuando pica

con fruición, con deleite, sinceramente, honradamente,

[haciendo

hasta un rito del acto de rascarse, pues... tampoco se rasca,

solo cuando está solo; para andar por la vida usa guantes, sombrero...

Inventa los zapatos

y... los inventa estrechos.

Se nombra rey

de un reino

con instintos cerrados

y paraguas abiertos.

Ha podido ser can, tener buena salud,

mejor encarnadura (sobrevivir cayéndose de viejo)

pero no. Es un señor con gabardina

con vocación de muerto;

que se muere deprisa (sin saber de qué muere),

solamente sabiendo

el sabor del vermouth,

del tabaco, del tedio.

Diciendo que son caras las ostras, y la guerra.

Construyendo relojes para parar el tiempo.

Acuñando metales. Poniéndoles un nombre

diferente: dinero.

El hombre.

(¡Buen provecho!).

Tiene gran porvenir.

Puede llegar a calvo. Puede llegar a obeso.

Puede llegar, andando por una acera larga,

al cementerio.

Entre civilizado, pensativo;

parásito estupendo;

de un mundo con olor a gasolina,

fatuo de rascacielos...

Fabrica manicomios. Hace locos

para meterlos dentro.

Usa dientes postizos, trajes para bañarse;

crea tesis, abogados, tutores, sacerdotes y médicos...

y hasta se amasa dioses con sus manos,

también con cara de hombres, para adorarse en ellos,

sin pensar lo adorablemente fácil

que es habitar un tronco de árbol hueco,

como aquel hombre antiguo que poseyó la vida

sin saberlo...

Lord Byron (que, a pesar de morderse las uñas

y escribir su Don Juan, tenía instintos buenos)

hizo en una ocasión un poema tan grande

que no encontró cabida entre todos sus versos,

y fue que dijo, así sencillamente,

con su sarcasmo ingenuo:

«A medida que voy conociendo a los hombres

quiero más a mi perro».