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Cántico de María Sola - Josefina Romo Arregui

Cántico de María Sola - Josefina Romo Arregui

16,00 €
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Disponible

Descripción

Cántico de María Sola - Josefina Romo Arregui

Edición de Fran Garcerá
168 págs.
ISBN: 978-84-7839-931-4
2024

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JOSEFINA ROMO ARREGUI (Madrid, 1909-1979) fue una de las poetas más representativas de la posguerra española, aunque su labor autoral comenzase en el periodo de eclosión social y cultural anterior a esta conocido como la Edad de Plata. Profesora universitaria e investigadora además de poeta, entre 1958 y 1978 desarrolló su carrera en Estados Unidos, donde no dejó de publicar su obra y alentar la vida cultural desde distintas instituciones.

Cántico de María Sola, reeditado ahora por primera vez desde su primera publicación en 1950 bajo la edición de Fran Garcerá, fue uno de los libros más singulares de aquel momento debido a la potente y original voz poética de su autora. Esta edición incluye, además, un anexo fotográfico y otro documental con materiales inéditos.

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Cántico de mi muerte

Cuando yo muera, nadie me cantará,

los pétalos maduros no me darán su aroma

y aquella rosa blanca ya no será capullo,

sino la clara luna de febrero.


Será febrero, sí, con ese sol incierto

y viento frío del oeste,

que mustiará las violetas nuevas

y un absoluto florecer de almendros.

Y yo me iré calladamente sola,

sin dejar nada sobre el ancho río,

pequeña, tierna, dulce, dolorida,

con las manos abiertas y los ojos

ya eternamente claros.

Un gemido profundo resonará en el bosque,

—aquel amadamente transitado—,

solo las cosas que de mí recibieron

su latir, llorarán sintiéndose arrancadas

hacia el abismo por mi alma que las hizo.

Tú no estarás allí, ¿dónde estarás entonces?

¿Dónde te temblará en la mano el pájaro de mi ausencia?

Acaso cuando escape sentirás su vacío

y buscarás errante el nido que no tuvo.

Solo tú llorarás ante mi joven muerte,

que llevándote en mí has de morir conmigo.

Y donde iré ¿a las playas?

¿A las húmedas selvas?

Yo espero que mi Dios me ponga entre sus pájaros

y seré un ruiseñor nuevo cada mañana.

Pero esto no sería el eterno reposo,

y ¡yo estoy tan cansada!

Quisiera que mi sombra durmiera protegida

en las fuertes raíces de aquel amado árbol

que me prestó su rama para cantar al viento

cuando mis manos eran magnolias florecidas

y mis ojos guardaban el mar bajo sus párpados.

Cuando las rosas blancas iniciaban capullos

y trenzaban las voces un canto inmarchitado.