Júbilos - Carmen Conde
Descripción
Júbilos - Carmen Conde
Edición de Fran Garcerá y Cari Fernández
168 págs.
ISBN: 978-84-7839-933-8
2024
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Carmen Conde (Cartagena, 1907-Majadahonda, 1996) alcanzó algunos de los hitos de nuestra historia que hasta entonces habían estado vetados a las mujeres en España: fue la primera en obtener el Premio Nacional de Literatura en 1967 y en ser elegida académica de número de la Real Academia Española en 1978. Entre otras distinciones, también fue reconocida por el Centro español de cine para la infancia y la juventud como Adelantada del cine para niños en España en 1982 y recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1987.
Júbilos. Poemas de niños, rosas, animales, máquinas y vientos, que ahora se reedita bajo la edición de Fran Garcerá y Cari Fernández, fue publicado por primera vez en 1934. Este libro supuso la primera gran consagración de Carmen Conde como escritora e, incluso, fue declarado como libro de lectura en las Escuelas Nacionales en el Boletín Oficial del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. La presente edición incluye el prólogo de la escritora Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura en 1945, y las ilustraciones de Norah Borges, con las que apareció en su edición original.
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Prisionera
Por el muelle viejo. Al costado del agua, roja porque el crepúsculo se insinuaba. Hacia los barcos desechados, los ex-altivos guerreros con fea rojez de crustáceos.
Yo caminaba mi tarde.
La niña rubísima, chiquita, sentada en el montón de piedrecillas, estaba atada por la cintura a un trozo de ancla que yacía sobre el polvo después de haber conocido a los corales blancos y rosa. Más allá, en la delgada acometida del mar al muelle, pescaba un padre moreno y fumador; sonreía una madre ante mi sorpresa. La niña, feliz con su cordelito, riendo, se quedaba frente al agua encendida de ternura y de gaviotas.
Por el muelle triste de minerales que llegan con el camino hundido de la sierra, yo he dialogado mi atardecido.
La tierra en que estuvo sentada la niña, el resto de ancla, las piedrecillas salitrosas, tendrán siempre una rubia claridad humilde que yo retendré en mi corazón.