
Colofón de luz - Nuria Parés
Descripción
Colofón de luz - Nuria Parés
Introducción: Nuria Capdevila-Argüelles
204 págs
ISBN: 978-84-7839-886-7
2022
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NURIA PARÉS (Barcelona, 1925-Ciudad de México, 2010), cuyo verdadero nombre fue Nuria Balcells de los Reyes, vivió su infancia en Madrid aunque en 1938, durante la Guerra Civil, debió exiliarse junto a su familia. Comenzó entonces un largo periplo por distintos países de Europa y América, continente donde se trasladó tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, hasta afincarse definitivamente en México desde 1942 hasta el momento de su fallecimiento.
Colofón de luz, publicado por primera vez en 1987 en México, reúne sus libros Romances de la voz sola (1951) y Canto llano (1959), así como la serie de poemas titulada «Ocho poemas de sombra y un colofón de luz». Este volumen incluye una extensa introducción de Nuria Capdevila-Argüelles, un texto autobiográfico de la propia Nuria Parés y un interesante anexo fotográfico, además de una carta manuscrita de Vicente Aleixandre a la poeta referida a Canto llano y un texto inédito que León Felipe leyó en la presentación de este mismo libro. Así, esta nueva edición de Colofón de luz supone el regreso definitivo a España de una de las voces de nuestro exilio más singulares y desconocidas.
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Sed
¿Pedir? ¿Y a quién? ¿Y qué pedimos?
Sé que hubo un tiempo para pedir y para llorar,
el tiempo de la sal y de las lágrimas,
y hubo quien pidió pan
y quien pidió la paz y la palabra.
Y ahora yo pregunto
desde el oscuro borde de las ansias:
¿pedir? ¿Y qué pedimos?
¿Y a quién dirigiremos la plegaria?
Alguien cerró la espita,
la avara y torpe espita milenaria,
y cercenó las manos extendidas
y mutiló la paz y la palabra.
Están las fuentes secas,
se ha agotado el venero de las dádivas
con la última sal
o el último goteo de las lágrimas...
Manos zafias cegaron hontanares
y agostaron con fuego las gargantas:
«¡Sed a los hombres de buena voluntad!»
mandaron y el destino del hombre se hizo brasa,
candente mar por donde van los sueños
dando bandazos como viejas barcas.
Si es tiempo de sequía, tiempo acedo,
si a nuestro alrededor no queda nada,
si se acabó la sal
y se ha acabado el llanto, la paz y la palabra.
¿Qué podemos pedir? ¿Y a quién pedimos?
¡Solo queda la sed!... ¡La sed sin agua!
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Suicidios...
La muerte ¿es entera, de una pieza
o la forman mil muertes apiñadas?
¿Morimos de repente o lentamente
se nos muere la vida, se nos mata
día tras día, un poco en cada cosa?
Porque también se mueren las palabras,
se les quiebra la luz, se quedan rotas
como húmedas alas angustiadas
colgando, en cruz, del borde de los labios
con un ansia suicida, asomadas
al brocal de la boca sin que podamos
torcer su decisión desesperada.
Morimos día a día en cada cosa
como también se mueren, se apuñalan
las horas silenciosas, se degüellan
estrellando el cristal de las ventanas,
cayendo en el vacío con tan raro
rumor que obliga a las miradas
a clavarse en la calle, por sentirlas
rebotar como marchitas manzanas.
Morimos cada día en cada cosa
porque también se mueren, se nos matan
los sueños en el borde de los párpados,
las risas contenidas y las lágrimas
que van hacia su muerte de una en una
y dejamos correr hasta aplastarlas
en la fría blancura de un pañuelo.
Y pequeños suicidios son las cartas
que echamos al buzón y jamás llegan,
las manos que se quedan encerradas
en lo hondo de un bolsillo, por miedo
de tenderse abiertamente llanas,
las charlas bruscamente interrumpidas,
las ansias torpemente rechazadas...
Morimos de mil muertes diminutas,
de mil maneras hondas y calladas
con la insidiosa muerte inadvertida
de las pequeñas cosas cotidianas.