Pocas virtudes - Valiente ciudadano - Miyó Vestrini
Descripción
Pocas virtudes-Valiente ciudadano - Miyó Vestrini
Introducción: Deisa Tremarias
104 págs.
ISBN: 978-84-7839-758-7
2018
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Descarnada, intensa y sublime. Así es Miyó Vestrini, una de las poetas más singulares de Venezuela. Nacida en Nimes (Francia) emigró con su familia a los nueve años a Venezuela, donde desarrollará el resto de su vida y de su obra. Vestrini irrumpe sin medias tintas para dar parte de lo femenino desde lo visceral y desgarrador en los ámbitos culturales venezolanos, donde es vista como una «rareza», pues es una de las pocas mujeres aventuradas a participar en los grupos literarios de la época, predominantemente herméticos y masculinos.
Decidida e irreverente participa en diferentes colectivos poéticos, grupos literarios y en la prensa escrita venezolana con incursiones en guiones televisivos. Miyó obtuvo dos veces el Premio Nacional de Periodismo en Venezuela.
Aborda géneros como la narrativa donde la decadencia de los parámetros sociales y culturales, crítica política, el conflicto y el dolor, son recurrentes.
Pero definitivamente es su trabajo poético donde genera una atmósfera de lo íntimo y derrotado que fractura a cualquier lector, Vestrini, es una escritora visceral, de voz amarga e irónica, donde la muerte y el dolor están presentes con atrevimiento y frivolidad a lo largo de su obra.
La soledad convive a diario con ella y se vuelca en sus poemas con una maestría digna de valentía:
Ciertas jornadas se hacen largas
Ciertas jornadas se hacen largas.
Nadie pregunta cómo las paso.
El rostro de los agresores
se mezcla
con el de los agredidos
No se sabe
cuántos sobreviven
a la masacre.
Su poema «Zanahoria rallada», publicado en el libro Valiente ciudadano (póstumo, 1994), será un emblema que marcará toda una generación:
Zanahoria rallada
El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en-realidad-te-parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio donde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
dicen,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré una palabra sobre tu vida
en ningún libro,
si puedo evitarlo.
Su muerte refleja su rebeldía y desparpajo hasta los últimos escritos, y en el poema «Té de manzanilla» cita al poeta venezolano Víctor Valera Mora al tomar para sí misma la frase «la vida es una inmensa alegría o una inmensa arrechera», y ciertamente le parece nombrar su destino.
Valiente ciudadano (fragmento)
Dame, señor,
una muerte que enfurezca.
Una muerte tan ofensiva
como a los que ofendí.
Una muerte que soporte la lluvia
de Santiago de Compostela,
y de paso,
mate a los que me ofendieron.
Dame, señor,
esa muerte de la intemperie
que sorprende y tranquiliza.
Haz que esté largando mocos y lágrimas,
suplicando piedad
y deseando muerte ajena.
Haz, señor,
que aquel hombre con piel inédita
reconozca en mí al animal de los olivares.
Que su cuerpo pese sobre el mío
y haga dulce
la entrada al fuego.
Te prometo haberlo visto todo.
La misma culpa con la que nací,
el mismo furor.
Haz, señor,
que esté escuchando a Vinicio de Moraes
y a María Betania
y prometiendo que mañana,
lunes,
me inscribiré en un curso para aprender brasileño.
Que venga la muerte
cuando descubras en mí
alguna oculta intención de poder
y cuando sepas,
por tus informantes,
de mis maniobras para pasar a la historia.
Cuando te digan, señor,
que he agotado todos los recursos de la fatiga
sin pedir clemencia,
entonces, señor,
dame duro.
Haz que este golpe que tengo en la frente
por abrir puertas a cabezazos
se ponga
rojo,
latiente,
doloroso.
Miyó Vestrini se suicidó en Caracas el 29 de noviembre de 1991.
Reseñas:
Mujeres que escriben